El Mosquitero

Un bloguer-camionero. Sin más…

Archivos mensuales: May 2012

700.000 Españoles permanecen en paro desde hace tres años

Espeluznante la cifra de parados que llevan más de tres años sin encontrar trabajo. Aterrador tan solo imaginar la situación en que se encuentran. Espantoso vislumbrar las penurias que estarán padeciendo. Pavoroso ponerse en su lugar un instante. Tremebundo saber que aún así para muchos de nosotros dentro de diez minutos volverán a ser no más que otra cifra de las miles que bailan estos días por nuestras mentes.

Una situación, la laboral, demasiado dramática para sostenerse durante mucho más tiempo. La crisis se ceba con los eslabones más bajos de las empresas, al tiempo que indemniza a los malos gestores con insultantes despidos que dinamitan cualquier posible perdón que pudieran alguna vez demandar.

Son demasiados ciudadanos que quieren y no pueden los que están pagando por los errores de otros. Demasiadas historias dantescas que convergen en un único punto llamado INEM.

Un punto, por otro lado, que aún queriendo no consigue dar razón de existencia, por su demostrada inutilidad a la hora de hacer aquello para lo que en teoría fue creado; recolocar trabajadores. No en vano, tan sólo el 2’5% de los que encontraron trabajo lo hizo gracias a una de sus oficinas. Un punto, el INEM, que ha acabado reduciendo su labor a la del simple papeleo y conteo de parados.

Hay que plantearse muchas cosas en estos meses. Una por ejemplo es la de exigir a las empresas que ya que se ha fabricado una reforma laboral acorde a sus necesidades, se vean en la obligación de aumentar sus plantillas en un porcentaje mínimo. Que queden prohibidas las horas extraordinarias. Que éstas las hagan trabajadores nuevos a tiempo parcial.

Podemos haber estado de acuerdo con la reforma laboral en mayor o menor medida, pero ahora, con la reforma realizada y los salarios rebajados hasta la saciedad, es tiempo de que las empresas pongan de su parte y se olviden del papel de víctimas del que durante cuatro años han disfrutado.

Razones de fondo

Hay veces en las que servidor no puede más que irritarse ante el odioso empecinamiento del que hacen gala los políticos, cuando pretenden ganar razones basando sus victorias en simples y tangenciales batallas, que distan mucho de dar forma a un ideario político profundo que sea santo y seña reconocible de un fondo argumental que permita a una masa ciudadana reconocerse en él con total libertad. Es decir, se regocijan por ganar a sus adversarios la batalla verbal de algo insustancial que la mayoría de ciudadanos aprueba y se olvidan de que éstos, los ciudadanos, normalmente ven más allá de ese episodio. Limitan sus debates a puntos concretos en lugar de encandilar a la ciudadanía con un proyecto de amplio espectro. Se conforman con recoger las manzanas caídas, en lugar de esforzarse por recolectar las que aún están suspendidas del árbol. Debaten a cerca de temas insustanciales y obvian los troncales porque saben de su complejidad y difícil digestión ciudadanas.

Lo he estado pensando mucho durante estos días, y ahora comprendo el porqué de que, aunque servidor no apruebe muchas de las medidas que se están tomando en estos momentos, no pueda cambiar mi posible voto hacia quien hoy de facto parece defender lo que creo acertado. Veo las batallas dialécticas ganadas, los errores compulsivos y las inconcebibles decepciones de los gestores del país, y aún así me es compleja la sencilla posibilidad de un cambio de confianza. No puedo con sus razones de fondo, su ideario, su concepción final del país en que vivimos.

Los idearios políticos suelen tener unos pilares inquebrantables de los que nacen todas y cada una de las pretensiones, incluidas las más banales, que derivan después en un discurso político plagado de propuestas y hechos consumados. Por ejemplo, aquí en Valencia el PSOE se obstina en acercarse al Catalanismo, mantiene una denominación nacionalista para el mismísimo nombre de la Comunidad Autónoma y se obstina en su afán de dejar clara la comodidad en la que vive sabiéndose parte de un partido federalista en lugar de ser un todo con el resto del PSOE del estado. Y no solo eso, actúan como si fueran un PSOE a parte, cosa que no dudo dado el carácter federalista del mismo, y no cejan en su empeño de dejar claro algo que posiblemente no todos los ciudadanos compartan aunque ello sea una cuestión banal; ¿Qué son antes, Valencianos o Españoles, Españoles o Europeos, Europeos o Ciudadanos del mundo?

Para alguien como yo, alejado por supuesto de fragmentaciones y poco dispuesto a aceptar diferencia alguna entre un Aragonés, un Valenciano y un Extremeño, la simple posibilidad de que un voto mío pueda ser tomado por estos como un aval a esa manera de ver el estado, propicia en mi una desenfadada pero reconocible aversión a votar en esa dirección que nada tiene que ver con extremismos ni nada que se le parezca. Lo que no puedo admitir son interpretaciones erróneas de un voto emitido en día de elecciones, que después es utilizado para defender posiciones sobre las que nunca se me consultó. Lo que no quiero consentir es que en mi nombre, y sin posibilidad alguna de desmentido durante cuatro largos años, se mantenga un discurso político que no apruebo mientras escucho resignado que yo, por el voto de aquel día, acepto todo cuanto digan y hagan sus beneficiarios.

Soy un ciudadano del mundo que lucha por encontrar el partido político que no defienda poner más fronteras, sino eliminarlas. Y esa es la razón de fondo por la que aunque el PSOE muriera en un éxtasis de gozo victorioso, nunca podría encontrar mi voto en su urna. Tampoco el PP, que conste, si las cosas siguen como hasta ahora y no adoptan la humildad que se necesita para reconocer los errores cometidos y aceptar responsabilidades políticas. No se trata de PP o PSOE. Partidos hay muchos. Se trata de las razones de fondo que hacen que alguien como yo no pueda, aunque quiera, votar a ciertos partidos.

Hay debates en este país que no se abordaron en su momento y que hoy permanecen enquistados en el mar de fondo político de nuestra nación. Debates que se dejaron de lado en aras de un acuerdo supranacional que derivó en un café para todos que más que solucionar lo que hizo fue aplazar los problemas. Debates omitidos a propósito por los partidos políticos de ámbito nacional, que los nacionalismos periféricos nunca han rehuido y que utilizan como arietes en las batallas presupuestarias para conseguir un reconocimiento mayor por parte de unos partidos que, en esta cuestión sí, tienen secuestrada la voluntad del pueblo con el fin de mantener un estatu quo que los eternice en la órbita del poder.

Son razones de fondo. Cuestionamientos propios que todos deberíamos hacernos. Introspecciones que carecen de maldad alguna y que sencillamente pretenden discernir entre lo que queremos votar y lo que los partidos existentes deciden que votamos.

Tras el horror de #eurovision

Tras el horror que Eurovisión representa anualmente para todos aquellos que de verdad creemos que la música es algo más que berrear y disfrazarse, os dejo a modo de resarcimiento una actuación de Duffy contando su Syrup & Honey:

Espero que os sirva para alejar de vuestras mentes lo que ayer nos tragamos en la tele.

Banca pública, si o no

Es bien cierto que la co-existencia de una banca pública y otra privada es complicada y hasta cierto punto inviable, pero también lo es que hay un momento en que desde el estado se debe dar solución a los problemas financieros de las empresas, mediante la única vía posible que posee, lo público. Es por ello que, aunque servidor no sea partidario en primera instancia de la existencia de bancos públicos, se ha de reconocer que está en manos del gobierno dar un golpe en la mesa que alerte a los privados de que la sequía crediticia con la que están asfixiando a pymes y autónomos es intolerable.

Aprovechando el enorme desembolso que Bankia supondrá para el heraldo público (19.000.000.000€), el estado debería plantearse la idea del aprovechamiento de un banco público, que de facto ya tiene, y de manera temporal y siempre con fecha de caducidad (por ejemplo como lo del contrato sin indemnización el primer año que han colado en la reforma laboral y que tiene como tope hasta la llegada al 15% de la tasa de paro), asistir a empresas y ciudadanos de manera que fuera el estado quien públicamente, y en contraposición a la banca privada, concediera los créditos que estos necesitan para su propia subsistencia.

España ya tuvo banca pública. Una banca eficiente y saneada que primero gobiernos del PSOE y después del PP liquidaron en aras de un modelo económico de libre mercado que se ha visto brutalmente interrumpido por la actual crisis económica. Cierto es que la existencia de ésta supone una competencia desleal para con la privada, pero no lo es menos que la segunda, en su afán por recapitalizar los fiascos que la han llevado al borde del abismo financiero, es la responsable de la asfixia económica de multitud de empresas en cuyo horizonte cercano no existe más que el abismo de una bancarrota derivada de la imposibilidad de financiación de sus gastos corrientes más elementales.

No soy partidario de la banca pública, pero si hay que apoyarla para dar solución a los problemas financieros de las empresas, al tiempo que se da un capón a la privada que la alerte de que está cejando en sus funciones crediticias, servidor será el primero que la apoye desde este blog.

Pd:

Como plus del post os dejo el vídeo de Victoria Grant, de 12 años, en el que nos explica porqué los bancos se hacen más ricos y nosotros más pobres.

El peligro de la lógica política

Desde que el pasado día dieciocho estampé mis ojos contra el blanco y negro de las palabras que John Carlin escribió para la sección de opinión de El País, mi cabeza no ha dejado de dar vueltas alrededor de una idea aterradora que fantasea con la posibilidad de que todos, basando nuestras querencias políticas en la lógica racional, pudiéramos acabar convirtiéndonos en potenciales nazis del siglo veintiuno. Baste leer los tres primeros y turbadores párrafos del susodicho escrito, para hacerse una idea de hasta qué punto estamos encaminados a cometer los mismos errores que aquellos Alemanes de principios del siglo pasado. Y el principal culpable de dicho peligro es, para mi, la dictadura que en nosotros provoca la lógica política de las opiniones.

Soy, supongamos, un ideólogo de la extrema derecha. No un lobo solitario, como aquel noruego asesino, sino alguien con el objetivo de generar un movimiento de masas capaz de cambiar radicalmente el panorama político y económico europeo. Veo cómo se desmorona el viejo continente y me convenzo de que mi momento se aproxima, de que la historia me acompaña, de que el mañana me pertenece. La gente vive en la incertidumbre y la indignidad, se siente humillada ante la incapacidad de conseguir trabajo o, si aún lo tiene, de perderlo. Busca a quien culpar de sus penas y, más allá de su justa rabia, quiere soluciones; quiere claridad y yo la tengo.

Sé quiénes son los culpables: las élites políticas y financieras, los inmigrantes que nos chupan la sangre y contaminan nuestras culturas. Y sé también cual es la solución: salir de la Unión Europea, abandonar el euro, expulsar a los extranjeros, recuperar el orgullo y montar, todos juntos y sin lugar para las desviaciones, un proyecto auténticamente nacional.

Pero hay un problema. Aunque no pongo límites a mis ideas poseo la humildad y la inteligencia de reconocer que tengo mis limitaciones personales, de entender que yo no soy el indicado para comunicar el mensaje al pueblo. Soy bajito, tengo un bigote finito y pequeño, pelo lacio y grasiento. Me visto mal. Y aunque sé que estas carencias no obstruyeron el camino triunfal del líder más rompedor del siglo XX, mi debilidad es que no soy un personaje carismático, no tengo el don de encandilar al público con mis palabras, de empatizar con su dolor. Soy, por naturaleza, un pensador, un guía, un asesor. Lo que necesito y lo que estoy buscando, con incansable energía e ilusión, es un líder, un populista capaz de movilizar a las masas, de transmitir mis verdades a la multitud a través no del razonamiento sino del corazón. Dame ese líder y muevo al mundo.

Verán, desde que leí esta hipótesis en la sección de opinión de El País, no he dejado de preguntarme en qué momento todos y cada uno de nosotros deberíamos negarnos a seguir los dictados que nos sugiere nuestra propia lógica política. En qué momento deberíamos decir basta y bajarnos del tren expreso en que se convierten las opiniones y dictados que la masa ciudadana da por buenos. En qué punto la lógica política se convierte en germen de lo que un día se transformará en vergüenza generacional para un país, un mundo o un simple ciudadano.

Los Alemanes no decidieron el asesinato de millones de judíos de la noche a la mañana. Es más, ni los propios nazis decidieron su exterminio enseguida. La decisión fue madurando, cargándose de razones lógicas que todos los ciudadanos fueron aceptando sin reparos. Un pasito tras otro, sin descanso pero sin malicia, que acabaron con el mayor horror vivido por la humanidad en toda su historia. Y solo cuando acabó la guerra, quienes hasta ese día permanecieron ensimismados por la lógica de las opiniones de aquellos días, se dieron cuenta de la espeluznante realidad que habían vivido con pasmosa impasibilidad.

Tendríamos que preguntarnos todos en qué momento estamos dispuestos a abandonar nuestras creencias políticas. Aprender a abrir los ojos cuando nuestras seguridades comiencen a afectar a derechos de terceros. Cerciorarnos de que lo que hoy creemos correcto no es algo de lo que podamos, en un mañana no muy lejano, avergonzarnos. ¿Y saben cómo hacerlo? Conviertan sus aseveraciones en hipótesis y den alas a su imaginación para que éstas sigan un curso natural que predomine sobre sus adversarias. Fantaseen con un predominio de su opción política y diluciden si en esa fantasía cabe cualquier atisbo de divergencia. Y permanezcan atentos a cualquier radicalismo que desde su subconsciente de señales de vida. Síganlo sin enterrarlo de nuevo y observen cómo sin llegar a contradecirles en sus seguridades, convierte sus ideas en radicalismos intransigentes.

Yo lo he hecho y se lo aseguro, me he dado miedo. ¿Serían capaces ustedes de hacerlo? Si contestan que lo han hecho comprenderán la desazón que ahora tengo y el miedo que me provocan mis propias lógicas políticas. Si contestan que no, sepan que son ustedes los que ahora me dan medo a mi.