El Mosquitero

Un bloguer-camionero. Sin más…

A favor de la independencia de Cataluña

El tema Catalán aburre, cansa y carga para un servidor de ustedes. Yo no se en qué momento una parte de la población decidió que avalar, respetar y alentar dicha causa era bueno para la democracia, pero lo hizo. Y al avalarla, al que ose oponerse a ella no se lo puede mas que tachar de anti-demócrata con todas las de la ley. Es lo que tiene la semántica, la sintaxis, la gramática, en un país en donde cualquier frase se saca de contexto, se retuerce en su significado y se basta para ser utilizada en eso que algunos han dado en llamar «debate democrático». Sí lo se, demasiadas veces he escrito la palabrita en un solo párrafo. Es como la mona que se viste de seda, por muchas veces que se mente la democracia en un alegato, no se tiene porqué conseguir que las intenciones se alineen con dicho fin.
El tema Catalán ha hecho que un servidor varíe extraordinariamente su forma de ver España. Por ejemplo, los Catalanes me han convencido de que sí, lo mejor para todos es que ellos consigan la independencia.  Sólo con eso en España conseguiríamos que los partidos nacionales a los que votáramos tuvieran como única meta el bien de la nación y no, como ocurre ahora, el apoyo puntual e interesado de un grupúsculo ciudadano cuya única y aplastante victoria reside en la concentración de los votos en su región, ungidos estos por la ley d’Hondt y la partición electoral en circunscripciones.
En un país en el que ya no queda ninguna Institución que se salve de la rémora del descrédito, la aparición de un espectro electoral futuríble en el que las tensiones territoriales desapareciesen, podría suponer la salvación de una democracia que adolece a sus treinta y tantos años del vigor, el buenrrollismo y los anhelos de libertad que la llevaron a buen puerto. Lo dicen ellos, los Catalanes, y lo digo también yo; no votamos esa constitución ¿porqué no hacerlo ahora y replantearla desde la perspectiva de una Unión Europea que se amplía año a año?¿Porqué tanto miedo a plantear si hoy en día los Españoles aceptarían pagar diecisiete parlamentos autonómicos mas su Congreso y Senado?¿Porqué tanto miedo a preguntarles acerca de la Españolidad de una región que tantas muestras de desprecio hacia ellos ha dado ya en estos pocos años de vida?
Tal vez sea por el más que posible resultado que tendrían dichas preguntas. Para ellos es impensable replantearse de nuevo una sociedad en la que ya han podido dar encaje a tantos favores debidos por sus carreras políticas. Tantos puestos subordinados a otros tantos comités inventados, que sirven para jubilar, premiar y degradar hacia arriba a sus piezas de ajedrez quemadas en la partida democrática. Demasiados cadáveres políticos que quedarían a la deriva a la vista de todos y que pondrían en evidencia cuan ruines, indeseables y codiciosos han sido y son quienes se llenaron y llenan la boca con soflamas democráticas.
Por este pensamiento, sólo por este, ya les debo a los nacionalistas algo más que un gracias. Les debo un voto a su favor de su independencia.

Sintaxis antidemocrática

Antaño, con lo que está pasando en la actualidad de este mísero país, servidor se hubiese dejado las yemas de los dedos en su teclado poniendo negro sobre blanco todo cuanto su mente indignada tuviese a bien imaginar. Sin embargo, ya ven, el blog permanece sumido en un incómodo silencio, sólo roto en ocasiones por posts escuálidos, parcos y simples. Tal vez la razón sea que se nos acaban las fuerzas para expresar lo que creemos, que los políticos nos ganan, nos silencian, nos limitan.

Al mismo tiempo los periódicos, en sus versiones digitales, se han tornado en demoníacos foros ultras que atraen hacia sí a la más variopinta y fatal de las especies homínidas que militan u odian a los partidos. El insulto, la vejación, el estereotipo y la simpleza en los planteamientos, han tomado al asalto lo que otrora fuere la cuna de la cultura, el conocimiento y la democracia. Información invadida por la opinión y el sectarismo en la parte de arriba, incluso en el propio título del artículo, y borreguismo disfrazado en multitud de ocasiones de sarcasmo, ironía y falsa modestia en la parte en la que se supone que dialogan los lectores. Un desastre vamos.

Así que uno se sume en lecturas constructivas, paseos blogueriles alrededor de su lector de feeds, y monta su opinión a ritmo de tuit. Es más sencillo, menos laborioso y mil veces más reconfortante que escribir un largo artículo que pocos acabarán de leer con una mente sin prejuicios. Pero siempre hay un día en que uno necesita explayarse, sobrepasar la barrera de los ciento cuarenta caracteres del pajarito azul y sumirse en la escritura de un post que, esta vez sí, trata de tomar una instantánea del momento en que vive mi pobre mente calenturienta. Leyendo a Javier Linares en su post de hoy sobre las once leyes del pensamiento sistémico, me dan que pensar tres de ellas.

  • “Los problemas de hoy derivan de las soluciones de ayer”

Esos problemas son el paro y la crisis. Algunos dirían que hay más, pero estos son los que creo nos ocupan a todos los ciudadanos de a pie. La segunda deriva de la burbuja inmobiliaria y la primera de la segunda. La burbuja tuvo como nacimiento aquella ley del gobierno Aznar (que a mi me pareció bien) en la que el suelo se liberalizaba cediendo las competencias sobre el mismo a CCAA y Ayuntamientos.

La principal diferencia entre la anterior y la de Aznar era meramente administrativa; se pasaba de regirse por una regulación basada en el suelo urbanizable programado que tenía en cuenta la posible demanda a futuro, a liberalizarlo todo y simplificar el suelo en tres tipos (urbanizable, urbano y no urbanizable) con su consiguiente agilización burocrática. El propio diario El Mundo, como se puede leer en el enlace, advertía de que era posible que dicha simplificación derivara en corrupción como denunciaban los distintos partidos, pero aún así era una solución viable para conseguir el abaratamiento de la vivienda.

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Las viviendas no bajaron de precio, tal y como podemos comprobar en esta gráfica,  pero eso no le importó a los políticos, tanto a los que hicieron la ley como los que negándose a ella la mantuvieron impoluta cuando alcanzaron el poder en el 2004. A partir del 98 el incremento exponencial del precio de la vivienda fue desorbitado. Así que esa primera ley sistémica de Senge se cumple a la perfección en nuestra realidad.

  • “La causa y el efecto no están próximo en el tiempo y en el espacio”

Esta séptima ley sistémica también se cumple. La ley de Aznar se hizo en 1998 y la crisis tal cual nos ha llevado al desastre emergió en 2007, nueve años después.  Aún cuando los distintos gobiernos comprobaron que aquella ley del suelo no tenía absolutamente ningún efecto sobre el precio de la vivienda, salvo el de aumentar las ganancias de las constructoras que tenían el suelo más barato vendiendo los pisos más caros, permanecieron en la más absoluta inactividad al respecto alimentando con proclamas partidistas el ingreso en febriles Champions Leagues económicas mundiales que legitimaban salarios desorbitados, endeudamientos familiares exagerados y percepciones erróneas de la realidad económica.

Aquella ley del suelo llevaba aparejado el aniquilamiento de la economía nacional tal cual la conocíamos. Una simple ley sobre la que emergieron andanadas de actividades económicas que ofrecieron empleo con visos de futuro certero, pero que escondía una fecha de caducidad aterradora; el pinchazo de la burbuja. Centenares de miles de estudiantes salieron de los institutos para ganarse el pan en cualquier trabajo que desde el principio te daba mil euros. Estudiantes que más tarde lamentarían haber corrido en pos de ello mientras hacían cola en el INEM.

También esta séptima ley se cumple en ellos. Abandonaron los institutos a finales de los noventa y ahora al principio de los diez lamentan su falta de cualificación. Decisiones que diez años más tarde caen como losas a las espaldas de ciudadanos de treinta y cuarenta años, con familias constituidas, que ven impotentes cuan oscuro es el futuro que los espera. Ciudadanos que son demasiado mayores para ser aprendices y demasiado jóvenes para sentirse derrotados. Con las complicaciones para recuperar el camino estudiantil perdido de quienes tienen familia a su cargo. Con la sapiencia de que se equivocaron cuando tomaron una decisión intrascendental en su momento, pero fundamental para el resto de sus vidas en el futuro.

  • “No hay culpa”

Qué les voy a decir de ésta, que es la onceaba. Tan solo hay que leer periódicos, atender a pregoneros y escuchar a estómagos agradecidos. No hay culpa de nada, en nada. O si la hay es siempre de otros. Es el sino de nuestra democracia. La misma en la que la sintaxis es ya más importante que la verdad. Lo demuestra Bárcenas y su estaba o no a la nómina del partido. Una frase del presidente a la que se le saca punta en todas direcciones, convirtiendo lo dicho tanto en una verdad que lo excusa como en la mentira que lo culpabiliza.

¿No formar parte del PP qué significa, que no se tienen funciones, que no se tiene despacho, que no se milita o que no se cobra?¿Cómo puede ser que una sola frase tenga tantas derivadas, tantas mentiras, tantas verdades? En la sintaxis. La peor enemiga de la democracia. La verdadera arma de destrucción masiva de la sociedad alfabetizada.

¿Nuestros políticos ven lo que ocurre a su alrededor?

Si los políticos atendieran de verdad a lo que ocurre en la calle, al sopor que se instala en las tertulias de barra de bar, al cansancio de los telediarios, los debates y la propaganda de periodistas vendidos al partido de sus amores, seguramente estarían defecando atemorizados en sus respectivos aseos de casa. Tal vez sí lo hagan, lo de darse cuenta digo, y hayan decidido hacer como si no lo ven para, por si una de aquellas, esa marea de cambio que se atisba en el horizonte se diluye en su propio fluido sin dejar que la sangre llegue al rio. Que lo que ocurra en realidad sea no lo ven, que es lo que parece que ocurre, no hace más que demostrar que ese cambio es necesario no sólo para la democracia, sino también para la salud mental del resto de ciudadanos. No harán falta revoluciones ni derrocamientos de poderes ningunos. La propia democracia se sacudirá a estos políticos como se sacude un perro las pulgas de su pelaje. A las próximas elecciones me remito.

Periodismo necesario

Si hay algo que necesita el periodismo como agua de Mayo es saberse reconocido socialmente como se merece. En la era de la información, esa del mal llamado periodismo ciudadano que Marcelino no acepta como denominación, la desconfianza que provocan en nosotros los perfiles sociales de los periodistas y sus indisimuladas tendencias políticas, hacen que dicho reconocimiento se torne en una desconfianza congénita que induce a la objeción de cualquier atisbo de comentario que de ellos pudiera salir.

El dospuntocerismo, la moda de la tertulia de trinchera, el tributo al culto a la personalidad en detrimento de la mera información, han llevado a la profesión del periodista a un callejón sin salida que ha acabado por simplificar el concepto periodístico hasta el punto de no poder diferenciarlo de la opinión. La unión indisoluble entre periodistas y protagonistas de la información, ha terminado dinamitando la credibilidad de los primeros y confiriendo un aura de pagadores de favores a los segundos, que como última consecuencia, ha traído la desestabilización de la cuarta pata de la democracia hasta hacerla casi caer.

Y aún así, el caso Bárcenas, el Gürtel, los ERE’s Andaluces y demás escándalos de corrupción nos llevan a los ciudadanos a la certeza de que la del periodismo, por cutre, vendida o tergiversada que nos pueda parecer, es la única vía posible que nos queda para sabernos informados.

Podremos rebatir de forma automática cualquier información que se pueda dar en función de quien sea el que la de. Pero si hay algo que estos últimos años nos deberían haber enseñado ya, es que por muy corrompida, embarrada y teledirigida que nos pueda parecer la profesión periodística, al final siempre queda demostrado que donde se intuyó el humo hubo fuego. Y a eso es a lo que deben agarrarse quienes creen de verdad en el cuarto poder de la democracia.

Compañeros de viaje

Yo no se si alguna vez ustedes se han aventurado a realizar un ejercicio de observación periférica de su entorno cibernauta. Tal vez algo así como recordar a sus compañeros de viaje en sus comienzos y compararlos con el ahora que viven. Fijarse en si hacen lo mismo. Si han evolucionado en sus trabajos. O, como me ha pasado a mi, si han llegado a ver cómo lo que ustedes siempre creyeron, que escribir en un blog no servía para nada, ha pasado a convertirse en la mayor de las mentiras bajo las que sustentaron sus más básicas creencias blogosféricas.

Tal vez el único límite que ponga la red para realizar los más disparatados sueños que pueda uno engendrar está nosotros mismos. Por aquí han pasado personas que ayer no eran más que blogueros y hoy escriben libros, participan en programas de radio o disfrutan de la escritura de alguna que otra columna de periódico. Lo único que hicieron para llegar a ello fue escribir en sus blogs, hacerlo con cariño y aceptar los riesgos de ponerse una meta mayor que la de simplemente pasar el rato.

Yo sigo conduciendo mi camión, escribo cada mucho por aquí y disfruto de mis lecturas blogueras ya a través del móvil. No he evolucionado nada, aunque hay quien diría que sí, pero disfruto. Y admiro a quienes han sabido sacarle partido a escribir en sus bitácoras. En plena crisis es agradable comprobar que si uno quiere pueda darle una vuelta completa a su vida.

Uno, en su agradable visión periférica de su entorno blogosférico, se congratula de saberse acompañado por ciudadanos tan admirables. Uno llegaría incluso a repensarse lo que hace unos días declinó a través del correo. Pero uno no es ellos. Uno no es constante. Uno, en definitiva, no es capaz de adquirir ese tipo de compromisos.

Yo soy mi límite. Un límite que de momento acepto con agrado. Espero que comprendas la negativa Montse. Espero que comprendas que mi blog, el escribir en él, aún tras casi diez años de andadura, sigue siendo no más que un pasatiempo agradable del que disfruto tan solo cuando mi pequeño duerme. No evoluciono, pero me es agradable pensar que hoy por hoy tengo exactamente lo que quiero tener.

No pido más. No quiero más.